26 abr 2011

La leyenda de los once.


Por EDGARDO PERETTI
Pese a los denodados esfuerzos de muchos burro-cratas (adviértase el alto contenido de la terminología adaptada: burro/burócratas/ratas), el fútbol sigue siendo tan apasionante y bello como siempre.

Pese a los denodados esfuerzos de muchos burro-cratas (adviértase el alto contenido de la terminología adaptada: burro/burócratas/ratas), el fútbol sigue siendo tan apasionante y bello como siempre.

En esto mucho tiene que ver su esencia y magnificencia; al ser uno de los juegos más tradicionales y arraigados en el sentir popular de gran parte del planeta, su grandeza recorre tanto los oprobiosos caminos del mercantilismo salvaje como la simple y romántica ejecución con una pelota de trapo.

Así y todo, hay quienes se empeñan en retrasar todo, primero en nombre del negocio y luego...en nombre de lo mismo. El penal ha debido soportar un siglo de vigencia, pero no por méritos propios, sino porque aún no se encontró nada para reemplazarlo. En esa senda, primero no había cambios y luego se permitieron dos y ahora tres; en un tiempo la primera patada a los dientes del full back al delantero a los cinco minutos de partido era casi considerada como un ícono de la virilidad del juego, hoy te mandan en cana y lloran pidiendo la tarjeta. Otrora, el festejo era simple y sencillo: los penales no se celebraban, a lo sumo el ejecutor alzaba los brazos casi de compromiso (como el pato Pastoriza); ni qué hablar de los goles en contra (Cómo los vas a festejar?). El “Toscano” Alberto Rendo, con la camiseta de la selección en cancha de Boca se gambeteó a todo el equipo peruano (incluido Didí, que era el DT) y como empatamos y quedamos afuera del Mundial, se fue llorando de verguenza. Y apenas tuvo un par de fotos borrosas en La Razón (y algunas más en otros medios).

Y así podríamos seguir recorriendo miles de situaciones que nos muestran a los maricones (dicho esto con el menor respeto) que hoy corren detrás de la cuerina con menos alma que una tacuarita, situación que terminaría por convencernos que somos unos veteranos insoportables. Y tendrían razón.

Pero he aquí que deseo detenerme en una situación que, allá por los setenta, me causaba cierta perplejidad, al ver las camisetas de “The General”, el equipo de EE.UU donde jugaba el Flaco Menotti, aparecían camisetas con números sorprendentes, al menos para nuestra novel cultura deportiva. El “45”, el “36” y así, cifras que nada tenían que ver con nuestros once titulares y cinco suplentes.

¿Alguien se imagina que a Maradona le darían una camiseta que no sea la diez? ¿Alguno de mi generación se sentía feliz porque le daban la “13”. Minga!!!! Todos querían una cifra que se encuadrara entre los titulares; ser suplente era otra cosa, la doce para el arquero, la 13 para un defensor, la catorce y al quince para un mediocampista y la 16 para el delantero de potencial relevo, o sea el primer candidato a entrar si los números no daban.

Miralos ahora: camisetas con números de ocasión, peinados que demandan una hora previa al partido y un constante toqueteo para que no se corra la vinchita (Esto, con Passarella no pasaba!!), tatuajes, festejos alocados por una carambola que termina en gol, excusas para justificar un 0 a 5 de local, palabras altisonantes para celebrar un cero a cero. Definitivamente, alguien está fuera de tiempo.
Si, yo.

Pero no todo está perdido. Por muchas canchas, aún sobreviven tipos que la llevan atada, que le pegan con las dos piernas, zurdos talentosos, vagos que hacen maravillas y millones de pibes que sueñan con hacer un gol en la final del Mundial, como Daniel Bertoni.

Menos mal, en realidad,afortunadamente que el cuero/plástico sigue rodando, como el mundo como los sueños de la pelota de trapo, hecha con dos medias y miles de ilusiones.

Señores, no me hagan mucho caso, por favor. Qué viva el fútbol!!

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